Saben de mi pasión por Sara, mujer de Abraham. Ya ella motiva otro blog de mi holding mediático -Las Edades de Sara-. Algo característico en ella fue la sonrisa ante la promesa de su "divina" (otra más) maternidad, a pesar de su edad. Sonrió ante el anuncio de aquellos visitantes, a la sazón ángeles, que tan bien acogió su marido. La sonrisa le salió cara porque tuvo el hijo, ¡y qué historia la del hijo! ( Génesis 18, 1-15). Pero aquella sonrisa, a mitad de camino entre la burla y la gratitud, desencadenó en la historia bíblica un enjambre de conexiones que duran hasta hoy. Dicha sonrisa es la que a mí me hace escribir esta mañana y a usted leer cuando tenga a bien hacerlo. Y es que la sonrisa, en su versión cómica, dramática, resabiada, desahogante... tiene un no se qué capaz de cambiar el ritmo de la historia. Escribo estos breves comentarios al comenzar mi día, de seis a seis y media de la mañana. Porque más vale comenzar siempre... con una sonrisa.
Vivimos en tiempos color carmesí. El color carmesí manifiesta una complicidad con tintes entre lo atractivo y lo adictivo. Es resultón, pero, como todo lo resultón, le define más su apariencia que su hondura. No es rojo ni tampoco morado, y hay quien dice que le matiza un leve matiz naranja mínimamente corregido por un verdoso azulado. Y es que el color carmesí es potencialmente camaleónico. Recuerdo la novela El Manuscrito carmesí de Antonio Gala, de enorme belleza literaria.Carmesí era Boabdil, su protagonista, el último sultán de Granada, de camaleónica actitud; en él habitaba la firme tradición y la frágil decisión; era luminoso y oscuro; rey culto, pero gobernador desastroso; de lírica actitud, pero con sonadas derrotas. Un verdadero campo de contradicción que de sí mismo decía: "todos fuimos alguna vez más dignos. Pero toda música cesa. Hasta en nuestro recuerdo toda música cesa" . Y no puedo dejar de comparar aquella leyenda ...