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MIRADAS QUE NOS CAMBIAN

Estas semanas que nos entrenan para la Navidad se debaten entre el ánimo y el cansancio. Debutan siempre con proyectos ilusionantes capaces de sacar de sí mismos vibraciones intensas. Pero casi siempre, al final, devienen en fuegos fatuos de fin de ciclo. No faltan quienes nos señalan otro camino; aquel que nos conduce al hondo interior donde sosegarse del resacoso brillo exterior, o donde la fuerza del Misterio, como si de una comadrona se tratara, intentara hacer fluir aquello que no podemos permitirnos perder. Por eso palabras como santidad, felicidad, paz… se convierten en sentimientos ambiguamente reclamados. Sea como fuere, estoy de acuerdo con Alois Vogel, el protagonista de la magnífica novela de Pablo D’Ors, el Estupor y la Maravilla, quien cansado de observar las obras de arte del museo    en el que trabaja como vigilante, al final, reconoce que “después de mirar algo adecuadamente, ya no podemos ser los mismos, y ya no podemos sino cambiar de vida”. Mantengamos el sentimient
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Las Palabras que pronunciamos

Dice el refrán que “por la boca muere y mata el pez”. Y es cierto. Como también lo es la importancia que tienen las palabras que a diario pronunciamos. A excepción de la gente importante, cuyo silencio dice ser ilustrado, yo creo que a las personas nos definen más nuestras palabras que nuestros silencios.   Hace poco leía, que alguien había realizado un estudio sobre el número de palabras que pronunciamos al día. Más allá de la veracidad de las estadísticas, parece ser que una persona pronuncia entre veinte y veinticinco mil palabras al día.    Más que el número es interesante saber cómo escribiríamos esas palabras. Hay personas que siempre hablan en mayúscula. Es tan determinante lo que dicen, que las minúsculas le saben a poco.  Yo creo que esas personas quizás hablan mucho, pero han vivido poco.   Pérez Reverte, en su novela Falcó, le hace decir al protagonista una frase genial: “a poco que vivas, la vida les quita la letra mayúscula a palabras que antes escribías con ella”.

La sociedad del espectáculo

No soy de los que critican Halloween ni de los que lo contrastan críticamente con nuestra fiesta de todos los santos. Lo siento. A mí, estos días siempre me han resultado un acontecimiento simpático en el decrepitado octubre, cuando ya, en serio, sabemos que el verano ha acabado.   Pero sí que considero que estas celebraciones, son el efecto de la enfermiza necesidad que tenemos los humanos y las humanas del siglo XXI, de convertir todo en algo espectacular. Sí; el adjetivo espectacular lo invade todo. Todo tiene que ser espectacular porque si no, es como si no existiéramos. Vivimos en la sociedad del espectáculo, así la calificaba ya el sociólogo Guy Debord  allá por los años sesenta.    Del cartesiano, “pienso luego existo”, hemos pasado al “soy un espectáculo” luego existo. Por eso, la muerte, también la hemos convertido en espectáculo. Aviso para los navegantes del siglo XXI; cabe nacer como personas con dignidad, y devenir en actores y actrices del gran teatro del mundo, que di

Personas distraídas.

Vivimos en una sociedad necesitada de distracciones. Necesitamos distraernos para soportar las tensiones existenciales que cada día nos muestra la realidad. Tan pronto pasamos de la angustiosa barbarie de Hamás en un episodio más del conflicto palestino-israelí, a la dulce barbarie que supone la noticia de ocho millones de desplazamientos en este puente del Pilar. Cada barbarie tira de nosotros en direcciones contrarias. Por eso somos seres distraídos, parecidos a pájaros en jaulas cuyos barrotes de hierro reclaman de vez en cuando barrotes de goma que nos permitan descansar de la insoportable dureza de la realidad cotidiana. Y así funcionamos, y así vivimos, con esta necesaria mezcla mágica de compensaciones. El periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, en unas preciosas reflexiones recogidas en el Libro de los abrazos, dice que no pocas veces “siente mucho miedo de que se nos pueda caer la vida en alguna distracción”. Espero que no.  Puedes escuchar el audio del com

El carbón y el diamante

Federico Nietzsche en un libro titulado Así habló Zaratustra en un capítulo titulado “De las tablas nuevas y viejas”, reproduce un diálogo entre el carbón y el diamante. Le dice el carbón al diamante: “¿por qué eres tan duro, ¿no somos parientes cercanos?”. En otros libros de este escritor vuelve a reproducir el mismo diálogo, siempre para justificar su deseo de que el ser humano se endurezca, porque para él, ser blando, ceder es innoble.  Me ha venido a la cabeza este episodio leyendo ayer unas palaras del papa Francisco en los entornos del Sínodo. Afirma el Papa que “ no podemos constituirnos en jueces que sólo niegan, rechazan y excluyen”,  y que la “prudencia pastoral” está en el centro del discernimiento. En una misma institución convivimos (igual que el carbón y el diamante), posiciones eclesiales, más duras y blandas. No se trata de ganar o perder, sino de convivir, es decir de saber que en el fondo estamos llamados a ser parientes próximos. Que el Sínodo nos ayude a serlo. 

El nuevo curso

Decía filósofo Jorge Guillermo Federico Hegel en la página 25 de su libro Filosofía de la Religión que “un ciego puede ocuparse del marco de una pintura, de la tela, del barniz, de la historia del pintor, del destino de la pintura,     y, sin embargo no ver nada de la pintura misma". En los inicios de este curso académico, evangelizador y vital  que supone los meses de septiembre y octubre me ha venido al sentimiento esta corta pero sabia reflexión del filósofo en cuestión.   Son tiempos de proyectos y programaciones en los que el trazo grueso y el trazo fino se entremezclan; son momentos en los que lo de siempre ha de convivir con lo que quizás con poco de esfuerzo pueda conseguirse, contando con el hecho de que no pocas veces lo interesante transita por el mundo de las matices más que por la profundidad de lo sustantivo.   Dios quera que así sea y que, mal-parafraseando a Hegel, quizás sea un momento para intentar que ni la rúbrica apague el sentimiento, ni el catecismo sustituy

¡REVOLUCIÓN VATICANA!

La Curia Romana está que se sale! Las mujeres, que hasta ayer domingo transitabais por los presbiterios y altares de las iglesias "sin papeles", a partir de hoy 11 de enero, ya tenéis vuestro  salvoconducto .  Casi medio siglo después de que los  varones  laicos pudieran desempeñar oficialmente el servicio de lector o acólito, ahora ya os ha llegado también el turno a vosotras. A partir de hoy queda modificado el canon 230 del Código de Derecho Canónico, y donde hasta ayer ponía: " los varones laicos  que tengan edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito..... "  a partir de hoy podrá leerse:  " los laicos  que tengan edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito.....".   Lo que más llama la atención es la argumentación:  " En efecto,  una práctica consolidada en l